Invierno, bienvenido seas. Días más cortos pero de interminables horas en la oficina. O en la universidad. No importa el oficio, todos comemos y vivimos pegados a un tupper, y lo sabemos, y lo sabes. Es lo más económico y práctico, pero ¡ay! ¡qué dolores de cabeza dan en ocasiones!

Sin embargo, eres un afortunado. Has llegado a esta pequeña guía que te solucionará algunos de esos problemillas para que te reconcilies con ese trozo de plástico que libra silencioso a tu lado cada batalla del día a día.

¡No tengo micro!
Lo primero es encontrar ese rinconcito en la oficina donde se esconde el microondas. Lo identificarás por las largas colas que se forman en torno a este preciado aparato a la hora de comer. Si no tienes ningún compañero que te reserve un sitio o si a tu lugar de trabajo todavía no ha llegado tan moderno invento, que no cunda el pánico. Hazte con un tupper aislante que mantenga la temperatura de los alimentos, o invierte en la última sensación de las fiambreras (sí, en inglés suena mejor): eléctricas y que se calientan a través de la energía que aporta un USB.

Si no te convence, una sanísima idea es llevar en un thermo sopa o caldo caliente y tomar de segundo un plato frío, como ensaladas combinadas con frutas o verduras crudas de temporada (por ejemplo, ahora aprovecha que es la época de las granadas) y añade algo más contundente como proteína animal (atún, palitos de cangrejo, jamón o pavo) o algún sucedáneo.

Mancharse es divertido, pero no en la oficina
Solo te llevará un minuto meter en bolsitas herméticas o en pequeños tarros la salsa o aliño con la que planees aderezar tu plato. Así evitarás desastres como que tu deliciosa ensalada termine siendo un potaje pringoso porque echaste el aceite y otros condimentos antes de salir de casa. Normalmente, los alimentos ganan cuanto más frescos estén.

¡Agg! ¡Qué peste!
Suerte que en los cines aún no se comercializa el 4D, pero si tu tupper huele como posiblemente Peter Jackson se imagine que lo hace el mundo de los orcos, hay solución. No es recomendable dejarlo sucio y tapado durante mucho tiempo. De vez en cuando frótalo con sal para arrastrar bien los restos de comida y acaba con un trapito rociado con vinagre para eliminar los malos olores. También puedes meterlo en el lavavajillas. Sin embargo y por mucho cariño que le profeses a tu tupper, ten en cuenta que el plástico no es el mejor amigo de la comida, y que debes renovar este recipiente cada cierto tiempo.

¿Me das un poco de tu bocata?
Si eres de esos que solo comes de bocadillo cuando vas al campo o a la Plaza Mayor, cambia el chip. Échale imaginación y dale un toque bio a tu despensa: pan integral, con cereales, de centeno, de burrito, de molde o de barra, y un largo etcétera que combinado con otro tanto de alimentos variados y ricos harán del clásico bocata la envidia de la oficina. Queso feta, mozzarella, rodajas de pollo, atún, espinacas… Serás todo un chef.

El plan B
Si todo lo anterior falla, si tu nevera es un desierto inhóspito donde solo tienes cuatro yogures y una botella de agua o si tu agenda está tan apretada que no tienes tiempo ni de comprar un tupper… hay que encontrar un plan alternativo. Actualmente todos los supermercados tienen una sección diseñada para apiadarse de “los poco virtuosos en el arte de cocinar”: los platos precocinados. Rápidos y sencillos, son superhéroes capaces de salvar la comida de un día.