¿Qué hay más inocente y más español que un bocadillo de chorizo? Desde pequeños hemos convivido con este cándido y puro alimento sin sospechar que, su “lado oscuro”, podía ir mucho más allá de enturbiar el aire que respiran las personas que nos rodean.

Sin embargo, hace unos días nos levantábamos con una curiosa noticia que se ha ganado un hueco en la gastrorareza de la semana: tres traficantes eran detenidos cuando transportaban cocaína oculta en bocadillos de chorizo.

Desconocemos si juzgaron que el olor de este ibérico podría despistar a la policía, pero lo cierto es que ataviados con tres bocadillos y una nevera portátil pretendían transportar el estupefaciente por carretera hasta Francia. Lamentablemente para ellos, su creativo plan no llegó a buen puerto ya que, en Zaragoza, y tras cometer una maniobra evasiva, entre loncha y miga, los agentes detectaron la cocaína.

Al tiempo, la Policía Nacional también interceptaba otro de los alijos que completaba el “casto picnic”: un cargamento de más de 1.000 kilos de hachís que viajaba en un camión dentro de latas de aceitunas. Horas más tarde, y en el marco de la misma operación, se interceptaban 420 gramos de marihuana, quizás destinados a ser el perejil del curioso picnic que habían organizado estos malechores.

Dejando en otro plano las consecuencias judiciales por traficar con narcóticos, lo cierto es que no podemos dejar de pensar que desaprovechar un bocadillo de chorizo para tales fines puede considerarse en el mundo de la gastronomía como un segundo delito.