La carne de caballo que durante siglos en Europa había sido ese anónimo comestible del que nadie se extrañaba, lleva una temporada terrible. De hecho, la carne equina es el último de los disgustos de los madrileños, en concreto de aquellos que gustan de la comida rápida y de los locales que alimentan a los aldeanos a horas intempestivas.
Las conclusiones del último estudio de la OCU, en el que analizó 25 kebabs de ternera, son demoledoras: “tienen poco de folclore turco y mucho de preparado industrial con almidón, conservantes y carnes «sorpresa» de animales distintos al prometido. Una bomba calórica envuelta en pan de pita y lista para tu estómago”.

Además, el informe asegura que en la mayoría de los casos “la sorpresa está servida”: pollo, pavo y caballo se fusionan con extremada naturalidad dando lugar al famoso “kebab de ternera”, que todo sea dicho de paso, es de todo menos de ternera.
No obstante, lo más preocupante de todo, y curiosamente lo que parece importar menos es la falta de higiene. Cierto es que cuando uno visita un kebab no espera encontrarse precisamente con limpieza y pulcritud, sin embargo, todos aquellos que alguna vez hemos visitado uno de estos establecimientos, soñábamos con la posibilidad de no enterarnos nunca hasta qué punto era poco higiénico.

Sin embargo, con el informe a muchos se nos ha acabado la bendición de la ignorancia: no hay rastro de salmolena ni listeria, pero 11 de las 25 muestras tenían restos de contaminación fecal (probablemente por lavar mal los vegetales o lavarse poco las manos).

En fin, una triste gastrorareza que seguro que no impide que los amantes de la “comida turca” sigan recurriendo a ellos cuando el gusanillo del hambre pique en el estomago.