Debutó con solo 15 años en la gran pantalla y desde ahí pudo gritar a los cuatro vientos cuál era su verdadera vocación, cuál era la fuerza que la movía por dentro, que era la de ser actriz. Su generosa amabilidad y su sonrisa son capaces de conquistar a cualquiera, aunque estamos acostumbrados a ver su lado más serio. Estamos hablando de Nerea Barros la nueva actriz revelación que ha irrumpido en escena.

Tras hacerse con el Goya a la mejor actriz revelación por su interpretación en Isla Mínima, su vida dio un giro de 180º. Ahora la hemos podido ver en la aclamada serie El Príncipe, en la que ha encarnado a Hidalgo: una agente del CNI con mucha fuerza. Sin duda ha sido uno de sus grandes papeles, pero a esta gallega aún le queda mucho que mostrarnos, y no piensa pararse en el camino.

Debutaste en la gran pantalla con tan solo 15 años, sin embargo el reconocimiento te está llegando ahora, ¿cómo has vivido todo este tiempo? 

Sí, debuté con la película NENA con solo 15 años y fue una revelación. Por fin pude decir en alto que quería ser actriz y que era mi vocación. A partir de ese momento comencé a estudiar mucho, a sacar muy buenas notas y a hacer mucho teatro y después del instituto comencé la carrera de arte dramático. El precioso reconocimiento del Goya me ha llenado de alegría y de fuerza, en un momento perfecto, donde la experiencia adquirida en series, largometrajes y teatros hace que pueda avanzar en mi carrera con seguridad y claridad.

¿Cuándo decidiste que querías ser actriz? 

Guardo una imagen muy especial, tendría aproximadamente unos 5 años, una bata de casa marrón gastada y unos tacones rojos de los 80 de mi madre. Bajo la mirada atónita y risueña de mis padres yo desarrollaba escenas absurdas inventadas, en un mundo propio y libre. Aunque en ese momento no sabía ponerle nombre, era solo pura diversión.

El oficio de actriz es muy complicado, ¿alguna vez has pensado abandonar? 

No puedes abandonar, por muy cuesta arriba que se ponga esta profesión. Puedes trabajar de cualquier otra cosa pero sigues siendo actriz, en mi caso siempre lo describo como una parte natural y viva de mi misma, una necesidad que te grita y de la no puedes escapar.

Y de repente te ves con un Goya por tu interpretación en Isla Mínima, ¿qué pasa entonces con tu vida? 

Pasan muchas cosas y cambian muchas cosas. A nivel personal supone un privilegio muy grande, una inyección de fuerza e ilusión. Estoy muy agradecida por la generosidad de los que llevan toda la vida luchando por el cine de este país, por este reconocimiento tan especial por mi trabajo, me da mucho impulso para seguir luchando en mi propio camino creativo. Por otro lado ayuda muchísimo al impulso de tu carrera, ya que tu trabajo llega a muchos profesionales dentro y fuera de nuestro país.

¿Te habías imaginado alguna vez con un Goya entre las manos? 

Es una de estas cosas con las que alguna vez sueñas, un sueño muy bonito pero lejano, difícil.

Después de trabajar en El Tiempo Entre Costuras, ahora apareces como una agente del CNI en la aclamada serie El Príncipe, ¿qué nos cuentas de esté nuevo papel? 

Me ha encantado trabajar con este equipazo de actores y profesionales, con guiones de lujo y sobre todo encarnar a Hidalgo: una mujer diferente, con mil caras, donde la frialdad y el cálculo son dos armas imprescindibles en un trabajo como el de espía del CNI, donde las relaciones verdaderas de amor y fidelidad son imposibles, donde no se puede dudar y tu vida pende siempre de un hilo, pero en el fondo no dejas de ser un ser humano…

¿Cómo es trabajar con el elenco de «actorazos» que te rodean en esta serie? 

Elenco de «actorazos»  y mucha belleza por metro cuadrado. Es un lujazo compartir y aprender de todos ellos. Profesionales que como Coronado llevan toda la vida trabajando. Con él, en concreto, me temblaban las piernas la primera vez que rodamos juntos.

Tus virtudes como actriz están claras, pero, ¿tienes algún defecto o manía confesable? 

Tengo muchos como todo el mundo (entre risas). Soy muy cabezona como buena Tauro, muy sensible y muy exigente conmigo misma, a veces demasiado. También tengo unas cuantas manías, como la necesidad de desayunar muy bien antes de ir a rodaje. No siempre lo consigo ya que necesito levantarme dos horas antes de la recogida, pero cuando lo consigo me viene muy bien ya que me cuesta mucho espabilar por las mañanas, sobre todo si hay súper madrugón. En esos súper madrugones me convierto durante 40 minutos en un gremblin, zombi y gruñón (entre risas).

Imaginamos que con tu trabajo tienes que tener cuidado con lo que comes, al fin y al cabo tu cuerpo también es una herramienta, ¿sueles cuidar tu alimentación?

Sí, cuido mucho mi alimentación porque es la base de todo, «somos lo que comemos». Me gusta cada vez más la mezcla de frutas y verduras crudas, el pescado crudo, buena carne gallega que me envían mis padres (entre risas). Hace ya tiempo que he dejado la leche de vaca y prefiero el maíz, la avena o el centeno en vez del trigo. Aunque adoro el arte de la buena cocina, la exploración de nuevos sabores y experimentar, dejarme llevar.

¿Eres de las que les gusta cocinar? 

Lo intento y no me sale del todo mal, pero siempre con el teléfono a mano para preguntar cada paso a mis padres que son unos craks de la cocina, de hecho, en Bali con una familia balinesa, cociné un pulpo a la gallega con cachelos gracias a la comunicación telefónica a miles de kilómetros, siguiendo los tempos y directrices implacables de mi padre.

Con tu trabajo tienes que viajar mucho, ¿con que comida te quedas? 

Es que soy gallega y mis padres cocinan muy muy bien, por eso primero me quedo con la gastronomía de mi tierra, en segundo lugar con la comida japonesa y/o la italiana de las que soy muy fan.

Si pudieras llevarnos ahora a un restaurante de Madrid, ¿cuál sería?

Un italiano espectacular para mi es el OUH…BABBO. Luego hay un japonés que me encanta: el Green Tea Sushi. Si es para un buen picoteo muy rico y con estilo me quedo con El Viajero y para una buena cena con copa después me quedo con El Matute.

Por último y siguiendo con esta línea gastronómica, si tu vida fuera un plato, ¿cuál sería? 

Sería un kilo de buenos percebes de la ría o en su defecto unas buenas cigalas, y por supuesto una buena «empanada de millo con zamburiñas» de mi mami.