Es considerado el «ingrediente mágico» capaz de arreglar o arruinar cualquier receta. Es también motivo de trifulcas entre familiares, amigos y compañeros de trabajo a la hora de la comida o, incluso, el nexo de unión entre comunidades de vecinos. La sal es el aditivo más antiguo y más utilizado. No por casualidad, es también uno de los cuatros sabores fundamentales que nuestras papilas gustativas son capaces de detectar.

Su número de aplicaciones es numeroso, desde el clásico uso como condimento tradicional a las técnicas más modernas.

Seguro que todos conocemos a alguien a quien alegremente calificaríamos como adicto a este condimento. Pero lo cierto es que, sin exageraciones y bromas aparte, la sal ya puede considerarse como una droga.

Según la advertencia de la Sociedad Española de Cardiología (SEC) posee una alta capacidad adictiva. ¿A qué cantidad se le supone alta? Al punto de poder ser comparada con la cocaína o la heroína.

Dicho así podría considerarse una exageración, pero hay un estudio detrás realizado por las universidades de Duke y Melbourne en el que se demuestra que la ingesta de sal afecta a los mismos procesos cerebrales que los opiáceos, activando provoca un exceso de dopamina y orexina, las hormonas de placer y recompensa.

De hecho, en España su consumo excede casi el doble de la dosis recomendada por la Organización Mundial de la Salud (5 gramos diarios). Según la SEC, adecuar la ingesta de sal a su cantidad recomendada disminuiría en un 23% el riesgo de sufrir una embolia cerebral y en un 17 % las enfermedades cardiovasculares.

Quizás con estos datos sea más sencillo controlarnos un poco más con las “pizcas” y entender precisamente porque algunos no pueden evitar evolucionar la medida al “casi puñado” de sal.